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El reflujo gastroesofágico (GERD) ocurre cuando el esfínter esofágico inferior no cierra correctamente, permitiendo que el contenido ácido del estómago suba al esófago y cause irritación. Aunque cierto reflujo es normal tras comer, hablar de GERD implica episodios frecuentes (más de dos veces por semana) que pueden dañar la mucosa esofágica.
Factores como la obesidad, hernia de hiato y el consumo de tabaco incrementan la presión intraabdominal, debilitando la barrera antirreflujo. El GERD afecta a hasta un 20 % de la población europea, generando síntomas crónicos de ardor y regurgitación.
Reconocerlo a tiempo es esencial para evitar complicaciones como esofagitis, estenosis o esófago de Barrett.
Los síntomas clásicos de GERD incluyen ardor retroesternal, regurgitación ácida y sensación de constricción en el pecho, especialmente tras las comidas o al agacharse. Otros signos frecuentes son tos crónica, ronquera matutina y dolor de garganta.
Algunas señales indican complicaciones y requieren atención inmediata: disfagia (dificultad para tragar), odinofagia (dolor al tragar), pérdida de peso inexplicada, vómitos persistentes o la presencia de sangre en heces u vómito. Estos red flags pueden señalar esofagitis grave, estenosis o incluso esófago de Barrett y deben motivar una consulta de urgencia.
Para casos sin alarmas, el médico puede proponer un tratamiento empírico con IBP y seguimiento clínico antes de recomendar pruebas como endoscopia.
El tratamiento farmacológico de primera línea para GERD incluye inhibidores de la bomba de protones (IBP), bloqueantes H₂ y antiácidos con alginato. Entre los IBP más recetados en Europa están omeprazol (Losec®), esomeprazol (Nexium®), pantoprazol (Pantozol®) y lansoprazol (Lanzor®), que logran una supresión ácida potente y sostenida.
Los bloqueantes H₂ como famotidina y nizatidina ofrecen alivio más rápido, aunque de menor duración, y suelen emplearse en episodios leves o intermitentes. Los antiácidos de alginato (por ejemplo, Gaviscon®) forman una barrera física que previene el reflujo nocturno y complementan la terapia ácida.
Por lo general, se inicia con la dosis mínima eficaz de IBP (p. ej., omeprazol 20 mg 30 – 60 min antes del desayuno) y solo se escala si los síntomas persisten. Una vez controlado el reflujo, se valora el paso a tratamiento bajo demanda o la reducción progresiva de dosis.
Incorporar modificaciones en la dieta y el estilo de vida es clave para reducir los episodios de reflujo. Identifica y evita alimentos desencadenantes como cítricos, chocolate, café, comidas picantes o muy grasosas, y bebidas carbonatadas.
Reparte tu ingesta en comidas más pequeñas y frecuentes, y evita acostarte durante al menos 2–3 horas después de comer. Elevar la cabecera de la cama entre 10–15 cm ayuda a usar la gravedad para mantener el contenido gástrico en su lugar durante la noche.
Mantener un peso saludable con ejercicio regular y, de ser necesario, perder kilos adicionales reduce la presión intraabdominal que favorece el reflujo. Otros hábitos beneficiosos incluyen dejar de fumar, limitar el alcohol y usar ropa suelta para evitar compresión abdominal.
En casos sin señales de alarma y con respuesta adecuada a IBP tras un ensayo terapéutico de 8 semanas, el diagnóstico suele basarse en la historia clínica y síntomas. Si persisten molestias o aparecen complicaciones, el médico puede recomendar endoscopia digestiva para valorar esofagitis, estenosis o esófago de Barrett.
Para cuantificar la exposición ácida o descartar trastornos de motilidad, existe la pH-metría de 24 horas y la manometría esofágica, que ofrecen datos objetivos sobre la función esofágica. Estos estudios se indican cuando el tratamiento estándar no alivia síntomas suficientes o ante complicaciones.
El seguimiento clínico incluye una revisión a 4 semanas para ajustar dosis y valorar tolerancia, y luego cada 3–6 meses si continúa la terapia a largo plazo. Este enfoque garantiza la eficacia, minimiza riesgos y ayuda a planificar reducciones de dosis o pasos a tratamientos bajo demanda.
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